miércoles, 26 de octubre de 2011

Pellizcos y mordiscos

Pérez y Baldizón terminarán del brazo, como comadres,

pero antes “pelean” mostrándose el dedo.

Juan Carlos Lemus

Los debates entre candidatos a la presidencia evidencian solo una sucia gota de todo el charco; tuberías adentro, los contendientes guardan toneles de mentira y descomposición. Pese a todo, uno de los dos –Otto Pérez o Manuel Baldizón– alcanzará la Presidencia. Será como el cielo administrado por el Marqués de Sade. La Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por un chucho. El Premio Nobel de la Paz concedido a un mono colorado y terrorista como George W. Bush. Un pederasta a cargo de un jardín de niños.

Mejor sería un combate en vez de un debate; una lucha a muerte entre dos delincuentes de esos que se enrollan la chaqueta en un brazo y con el otro intentan apuñalarse. Podrían deleitarnos con una emocionante batalla cuerpo a cuerpo, desnudos y previamente azuzados con chile cobanero. Está de moda la pelea en jaula. Eso sí, el réferi no sería el simpático señor Jorge Gestoso, menos todavía la tendenciosa y superficial periodista Patricia Janiot, de CNN –esa cadena mundial sesgada y altamente subjetiva– sino un hooligan drogado y con púas de buldog alrededor del cuello.

Hoy el mundo convulsiona, camaradas. Hacia Italia, Londres, Grecia, los Países Árabes o Estados Unidos, hacia donde apunte nuestro dedo sobre el mapamundi, allí hay un hervidero de manifestantes furiosos. En Guatemala, en cambio, sin anarquía pero con alta frustración, experimentamos impotencia ante dos candidatos que se desafían de mentiritas, mostrándose el dedo y la lengua, que se dan pellizcos y mordiscos. Cuando uno de los dos gane, veremos cómo se protegen y hacen negocios juntos –si no es que ya los tienen–.

Si en verdad quisieran hacerse daño, ya se lo habrían hecho. En el reciente debate organizado por la Asociación de Gerentes de Guatemala, Gestoso dio a Baldizón la oportunidad de hablar sobre el pasado militar de Pérez, un tema encendido porque todos sabemos que se le imputa el haber cometido crímenes de lesa humanidad. Baldizón solo respondió que él y su agrupación política “van hacia el futuro”, “no ven al pasado”. Entonces, por qué llevó documentos del pasado para culpar a Pérez de haber despedido a cientos de miles de soldados. Era el momento de Baldizón para satisfacer el hambre de knockout que tienen las organizaciones de Derechos Humanos, mas fue cobarde. O muy listo como para pelear de verdad con su futuro compadre.

De igual manera, Pérez perdió la oportunidad de exponer por qué se liga a Baldizón con el narcotráfico y el crimen organizado; solamente lo aruñó como a la gente más le gusta, cuestionándole su relación con la UNE. Pedirles algo más sustancioso, programas de gobierno y caballerosidad es demasiado para dos personas que no tienen estatura política ni personalidad.

La devastación es total. Vamos en picada. Esas discusiones acaban en manoseo, en tanto que mucha gente hasta se balea por ellos.

Una de las frases más despreciables y al mismo tiempo de las más acertadas, es esta: “Cada país tiene el gobierno que se merece”. Pero, como dijo hace pocos días Ricardo Arjona, “Si cree que no se lo merece, debe hacer lo necesario para cambiarlo”. Pero cómo, dinos cómo, camarada de las cinco décadas; yo ya hice mi propuesta, hace una semana.

Yo propongo

Vivimos atrapados en un ciclo indigno y necio; para cambiarlo, aportemos nuestras ideas.

Juan Carlos Lemus

Podemos elegir ente dos candidatos, uno está chiflado y el otro se esfuerza en parecerse a él. Este año electoral es como si tuviéramos que jalar una carreta conteniendo 15 millones de frutas, a la orilla de un precipicio, y solo podemos optar por uno de dos jumentos que se nos ofrecen meneando la cola; el problema es que uno es cojo y ciego, y el otro es ciego y cojo.

Lo más grave, el favorecido tarde o temprano se quitará el disfraz y veremos que no es ningún asno sino es una fiera ciega de poder que se hace acompañar de alimañas mentirosas y ladronas.


No sé si a usted le sucede lo mismo, pero estoy harto de que cada cuatro años suceda un ciclo en el que viene un fulano a ofrecernos seguridad y justicia, llena el país de su basura propagandística. Si no gana, se empeñará a destruir a su adversario ganador, y si gana, se olvidará de nosotros. Cuatro años después, viene otro fulano a ofrecernos seguridad y justicia, llena el país de su basura propagandística. Si no gana, se empeñará a destruir a su adversario ganador, y si gana, se olvidará de nosotros. Cuatro años después, viene otro fulano a ofrecernos seguridad y justicia, llena el país de su basura… Me encantaría repetir lo mismo en cada página del diario. Sería tedioso y desesperante, como nuestra realidad política.

Por qué no intentar otro rumbo, por impracticable que parezca en este momento. Propongo que, en lo venidero, en vez de gastar en propaganda y mítines, los partidos, liderados por su candidato, gasten su dinero haciendo obra social en algún departamento escogido por ellos mismos. Este año participaron 25 partidos y son 22 los departamentos. En cada lugar podrían trazar estrategias para el desarrollo, revisar el mapa de necesidades, construir puentes, carreteras y programas comunitarios. Sería un concurso cívico e inteligente.

Si puede manejar un departamento, ese candidato quizá también podrá manejar un país. Beneficios colaterales serían el turismo y las romerías al mejor gusto guatemalteco que se formarían para asistir a observar los logros, como días de feria. Sabríamos si en ese lugar la gente del partido se robó el dinero de los proyectos, si los candidatos a presidente y alcalde fueron capaces de controlar a sus partidarios. Evaluaríamos si facilitaron el acceso a los discapacitados y beneficiaron a los adultos mayores en lugar de besuquearlos y exhibir hipocresía en la televisión.

No soy más ingenuo que quien vive frustrado dentro del ciclo. Si quiere datos fríos, aquí van: solo el Partido Patriota se gastó más de Q160 millones en su campaña del 2007. Este año lleva despilfarrados más de Q63 millones y el partido Líder más de Q44 millones. Baldizón y Pérez mejor hubieran construido carreteras hasta las más remotas aldeas. Todo ese dinero y el de los demás partidos habría mermado lo que hoy sufren nuestros hermanos azotados por las tormentas.

A quien no resultara electo le quedaría la satisfacción de haber contribuido a mejorar la vida de varias personas. Créame que eso sería más agradable que vivir con paranoia, rodeado de guaruras y soportando que la gente escupa al suelo cada vez que lo nombra. Eso es todo. Ah, y pido perdón a los jumentos.

domingo, 9 de octubre de 2011

Qué te pasó, Pollo Campero

Venturas y desventuras de un sabor
que se disipó al calor de los años.


Por Juan Carlos Lemus

Véalo. Ante mi nariz lo tengo, magullado y triste como si lo hubiesen sacado a empujones del gallinero. Este capón más parece una flaca paloma de la Catedral. Pierna y pechuga lucen magras. Al herirles la parte gorda para encontrar dentro algo de aquel aroma con el que nació en los setentas, aparece una carne pálida, humeante, inodora, sin amor culinario alguno, como si solo se hubiera cumplido con un requisito de cocción.

Algo en este platillo no está bien y estoy seguro de que no es un error de los cocineros, meseros ni gerentes, todos personas tan esmeradas y amables. El problema tiene que venir de la parte alta de la cascada, del pico del cuadril. Y no me refiero a un pleito personal de la familia Gutiérrez –eso no me interesa a la hora de meter este tenedor-, sino a la falta de tino empresarial. O para mejor decirlo: se durmieron en sus laureles.

Pero vamos por piezas, como diría un cocinero. El gran hallazgo culinario urbano de la segunda mitad del siglo XX se llamó Pollo Campero. Su fragancia se colaba por los callejones, casas y autobuses. Era un deleite consumir un pollo distinto al que nos vendían en los mercados o nos cocinaban en casa. Nuestros paisanos que viajaban a Estados Unidos abordaban el avión con un par de cajas. Era el favorito, sin duda.

Traigo a la mesa el tema en honor a los cientos de miles de familias que lo consumen y gastan buena parte de su salario en un pollo que hace años dejó de ser apetitoso. Sus dueños deberían revisar con honestidad el porqué y en qué momento se perdió la mística y el registro de paladar que descubrieron cuando lo lanzaron al mercado. Si cambiaron la fórmula para acelerar la producción, recuerden que sus clientes merecen más calidad y justicia de compra venta.

Una lógica bastante amañada nos dice que si el producto no fuera bueno, no se consumiría. Es cierto que, a pesar de todo, Campero es un poco mejor que esos pollos desabridos que ofrecen McDonald’s o Burger King, por ejemplo, pero ese no es un signo de exquisitez para un producto que tuvo la oportunidad de permanecer como una célebre invención gastronómica urbana.

Su expansión por el mundo demuestra éxito económico, pero su verdadero triunfo será devolverle aquel sabor que perdió hace años, más ahora que esa cadena de restaurantes anunció que cambiará su imagen y fachada, ampliará el menú y modificará su logotipo. Más valdría la pena que lo cocinaran de mejor manera; recuerden que si es “tan guatemalteco como tú” -según su eslogan-, muchos querríamos que se nos representara con más estima, de lo contrario, mejor harían en excluirnos de tan honrosa dedicatoria.

No sé cómo lo saborearán nuestros paisanos en el extranjero, pero aquí es cada vez menos tierno, nada jugoso y más grasiento que crujiente. Quienes fuimos adictos a él, a su toque tan único y sorprendente, hoy sentimos algo parecido a lo que una hincha de la Barbie experimenta cuando ve a esa muñeca recostada en cualquier tienda de 9.99.

El grupo empresarial que lo maneja debería acudir, con toda su familia, a uno de sus propios restaurantes, pedir el menú –les recomiendo el puré, la hamburguesa y una pechuga-, hacer su orden y… A disfrutar se ha dicho.

lunes, 3 de octubre de 2011

¡Hey!, extranjero:

No siempre fuimos un país violento, plagado de criminales;
más bien, éramos benevolentes.


Juan Carlos Lemus

Quizás, usted ha creído que desde siempre hemos sido un país con graves problemas de violencia. No es así, todo lo contrario, hasta hace unas cuantas décadas éramos uno de los países más hospitalarios del mundo. Las puertas de nuestras casas permanecían abiertas, tanto para los visitantes como para las bocanadas de aire fresco con las que mitigábamos el calor de nuestras apacibles tardes.

Nos distinguía nuestra solidaridad. Éramos generosos, especialmente con los extranjeros a quienes hacíamos sentir como en familia. Cuando en la calle nos preguntaban una dirección, aunque fuéramos apresurados nos deteníamos a dar explicaciones detalladas, más o menos como estas: “Siga dos cuadras, al llegar a la farmacia, cruce a la izquierda y se va recto, recto, hasta el mercadito; pero, si quiere, mejor lo acompaño”. Y lo llevábamos.

Comíamos pan saludable y lo compartíamos con desconocidos. Era normal que nos detuviéramos en cualquier casa para pedir un vaso de agua. Nuestros niños corrían entre los barrancos, viajaban solos en los buses, trepaban a los árboles y jugaban escondite en los callejones.

Usted, extranjero, si cree que Guatemala siempre ha sido tierra donde algunas bestias cortan la cabeza a otros y que nacimos pandilleros, se equivoca. Antes, la noticia de un robo nos duraba quince días. Es más, si alguien había robado, sentíamos vergüenza de esa persona, y ella, a su vez, sentía pena y difícilmente nos daba la cara cuando la veíamos en la calle.

Algunos ancianos recuerdan cuando la Policía los despertaba en la noche, solo para avisarles que habían dejado abierta la puerta de su casa. No éramos santos, pero sabíamos quién era el ladrón del barrio, quién vendía droga, quiénes eran gentes malas y quién andaba armado. Mi abuela Josefina me contaba cómo ella misma zangoloteó de la oreja a un carterista. Muchos tenemos anécdotas similares.

Éramos pacíficos. ¿Qué pasó? Mire, esas cosas suceden poco a poco. Algunos abusaron de nuestra hospitalidad. No nos dimos cuenta en qué momento dejamos de dar los buenos días y comenzamos a maldecirnos. Una de las razones es que fuimos gobernados por criminales a lo largo de un siglo -algunos de ellos graduados con honores en el extranjero-, que nos infundieron miedo a la vida y sumisión a la autoridad; súmele 500 años de racismo y discriminación. ¿Que por qué no nos sublevamos? Porque fíjese que nos dividieron y nos mataron, por eso. También nos hizo pedazos el conflicto armado, las dictaduras, los fraudes electorales, la CIA y la explosión demográfica sin un aumento proporcional en educación. Y bueno, esas cosas nos hicieron cambiar. Pero aunque fingimos que somos fríos, en el fondo todavía somos bondadosos, lo que sucede es que tenemos miedo, vergüenza, frustración y lo manifestamos con ira.

Muy probablemente, antes de venir al país usted sintió pavor. Su familia se quedó rezando porque se venía a un territorio de asesinos, al infierno. Pero, ya ve, ha encontrado amigos, a personas sencillas y amables. Por eso, si alguna vez nos juzgó, mejor cállese y alégrese de que su país no padece de estos males, y ruegue porque jamás los tenga porque, créame, esas cosas llegan sin que uno las pida.