sábado, 1 de septiembre de 2012

Aquel Kaminaljuyú


LA ERA DEL FAUNO

En una época fui dibujante arqueológico. En 1984 me integré a un equipo dirigido por la respetable doctora en Antropología Marion Popenoe de Hatch, quien con algunos arqueólogos, entre ellos Érick Manuel Ponciano, desarrolló el proyecto Kaminaljuyú/San Jorge. De mañana, los dibujantes nos poníamos botas y sombrero para internarnos en el ancho campo que auscultaban los arqueólogos y sus asistentes de las universidades Del Valle y San Carlos, los topógrafos y trabajadores de campo. Rompían de 10 en 10 centímetros, con qué paciencia,

Juan Carlos Lemus
JUAN CARLOS LEMUS
el humus y el talpetate para encontrar qué se escondía bajo aquella piel de maleza y barro. El terreno estaba donde hoy es el residencial San Jorge.
Pude vivir de cerca la extraordinaria calidad humana y científica de Popenoe de Hatch. Poco antes de escribir esto me enteré de que a sus 81 años —en octubre cumplirá 82— sigue trabajando, ahora en Takalik Abaj. Más que catedrática, ha sido mentora de generaciones de arqueólogos. Uno de sus alumnos, Ponciano, hasta hace poco director general del Patrimonio —una eminencia en su campo y erróneamente cesado por el gobierno actual— me contaba que las clases terminaban a las 12, pero ella les ofrecía que regresaran después de almuerzo, si lo deseaban, a recibir más conocimiento. Volvían, y les daban las 5 o 6 de la tarde en el aula.
Hija de estadounidenses, Marion Popenoe nació en Guatemala, y desde pequeña vivió en Estados Unidos y volvió al país a finales de la década 1970. Su casa en Antigua, Casa Popenoe, pudo haberse convertido en un paraíso personal, pero la ha mantenido con las puertas abiertas como museo, por su pureza arquitectónica colonial; fue casa del Oidor de la Real Audiencia.
Admiro de Popenoe su erudición combinada con auténtica filantropía, algo que no siempre sudan los académicos de tal temperatura. Se internaba en el canal de irrigación y la barranca con sus botines estilo comando y sombrero caqui. Hablaba con los arqueólogos, hacía apuntes, observaba y tocaba los tiestos; bajo el sol, o huyendo de la lluvia, recorría aquel terreno donde fueron cavados más de 400 pozos. Allí se exploraron cosas interesantes como el canal de irrigación, obra de ingeniería hidráulica precolombina altamente sofisticada que fue descubierta por Ponciano. Se trata de un acueducto que se mantuvo entre los años 300 a. C. al 200 d. C., diseñado a partir de un riachuelo que drenaba el lago Miraflores; los habitantes prehispánicos lo condujeron hacia los cultivos, de manera que podían tener riego durante todo el año. Si la barranca natural les proveía de agua potable, el canal artificial les regaba la planicie.
Me vienen gratos recuerdos de María López y Luis Morataya, los otros dibujantes —hoy arquitectos—, nuestras hojas milimetradas, el papel calco, los dibujos en el campo, los atoles y chuchitos de las 10 y nuestras carcajadas al aire libre. El tiempo corre como perseguido. Hace un año, apenas, daba yo aquí el primer piochazo para describir el humus y talpetate que contiene La era del Fauno: prensalibre.com/opinion/Inicia-fauno.
Inicié entonces mi año sabático, cuyos beneficios y maleficios excavados les compartiré, con agrado, otro día.