Por Juan Carlos Lemus
La mayoría
de personas ha tenido experiencias de felicidad y también la mayoría ha tenido,
por lo menos una vez, deseos de suicidarse. Si usted se preocupó de que los
demás se enteraran de eso -no de que fue feliz, sino de que en algún momento de
su vida consideró la posibilidad de acabar con todo- tranquilícese, es un
pensamiento más común de lo que cree. Lo que sucede es que provoca vergüenza
aceptarlo.
En algunos
casos, puede que sea algo que ocurrió allá por la adolescencia, cuando nuestros
padres nos dijeron que no más parrandas y vimos directo hacia nuestras venas o a la viga del techo;
también puede pasar en plena madurez, justo cuando se supone que uno es tan
feliz como Balotelli goleando a Alemania. Lo que nos separa de quienes lo han
hecho es poco menos que un impulso.
Los hippies eran felices, también lo son los neonazis, los
indigentes y los opulentos. La Universidad de Harvard abrió en el 2007 un curso
sobre la felicidad, pilotado por expertos en psicología positiva, una rama
surgida en la década de 1990, aunque, como todas las ciencias, alega linaje
aristotélico. Indaga en las cosas buenas del ser humano. Evado profundizar
porque no soy experto en el tema ni me alcanzaría esta página, pero ellos
aseguran que la felicidad estalla al final de estos 24 factores: curiosidad, capacidad
de amar y ser amado, creatividad, generosidad, juicio, inteligencia social,
deseo de aprender, perspectiva, justicia, templanza, perdón, ecuanimidad,
modestia, prudencia, autocontrol, tenacidad, aprecio de la belleza, honestidad,
gratitud, ilusión, esperanza, valentía, humor y espiritualidad. Con una sola
que le falle es como andar con una llanta pache, ya con dos, mejor ni le digo.
La sabiduría popular es más práctica; una canción lo resume en
salud, dinero y amor. Pero ahora resulta que ni siquiera el dinero nos hace
felices. Al menos eso dicen quienes lo tienen. El cínico Diógenes, apodado perro, encontraba la razón de la vida en
el desapego. Más o menos lo mismo que Buda, pero Diógenes, aunque sabio, era un
tipo sucio que defecaba en público y escupía rostros.
Los guatemaltecos estamos en el top 10 del ranquin mundial de la
felicidad, dice una encuesta de la New Economics Foundation. El estudio, venga
de donde venga, así sea de Londres, la Rotterdam University de Holanda o de
Estados Unidos, no puede ser más absurdo, ocioso y una frivolidad muy cercana a
la estupidez. Digo cercana no porque casi llegue a serlo, sino porque lo es
tanto que se pasa. Curiosamente, los países más pobres somos felices porque
“permanecemos más en familia” y trabajamos con entrega. Léase: trabajen duro y
stay home (no migren).
En una entrevista que le hizo el canario Juan Cruz a Umberto Eco
(2008), el italiano dijo con su habitual puntería: “En la vida hay felicidades
que duran 10 segundos, o incluso media hora (…). Alguien que es feliz toda la
vida es un cretino”.
La psicología positiva recomienda escribir cosas buenas al final
del día. Algo así como “hoy el coreano llegó de buenas”, “La camioneta llegó a
su destino sin problemas”, “La gasolina bajó dos centavos”, “Conseguí buen
frijol, barato”. Y así, viviremos felices por siempre jamás.