domingo, 17 de junio de 2012

¡Hey!, extranjero:

No siempre fuimos un país violento, plagado de criminales;

más bien, éramos benevolentes.


Por Juan Carlos Lemus


Quizás, usted ha creído que desde siempre hemos sido un país con graves problemas de violencia. No es así, todo lo contrario, hasta hace unas cuantas décadas éramos uno de los países más hospitalarios del mundo. Las puertas de nuestras casas permanecían abiertas, tanto para los visitantes como para las bocanadas de aire fresco con las que mitigábamos el calor de nuestras apacibles tardes.

Nos distinguía nuestra solidaridad. Éramos generosos, especialmente con los extranjeros a quienes hacíamos sentir como en familia. Cuando en la calle nos preguntaban una dirección, aunque fuéramos apresurados nos deteníamos a dar explicaciones detalladas, más o menos como estas: “Siga dos cuadras, al llegar a la farmacia, cruce a la izquierda y se va recto, recto, hasta el mercadito; pero, si quiere, mejor lo acompaño”. Y lo llevábamos.

Comíamos pan saludable y lo compartíamos con desconocidos. Era normal que nos detuviéramos en cualquier casa para pedir un vaso de agua. Nuestros niños corrían entre los barrancos, viajaban solos en los buses, trepaban a los árboles y jugaban escondite en los callejones.
Usted, extranjero, si cree que Guatemala siempre ha sido tierra donde algunas bestias cortan la cabeza a otros y que nacimos pandilleros, se equivoca. Antes, la noticia de un robo nos duraba quince días. Es más, si alguien había robado, sentíamos vergüenza de esa persona, y ella, a su vez, sentía pena y difícilmente nos daba la cara cuando la veíamos en la calle.

Algunos ancianos recuerdan cuando la Policía los despertaba en la noche, solo para avisarles que habían dejado abierta la puerta de su casa. No éramos santos, pero sabíamos quién era el ladrón del barrio, quién vendía droga, quiénes eran gentes malas y quién andaba armado. Mi abuela Josefina me contaba cómo ella misma zangoloteó de la oreja a un carterista. Muchos tenemos anécdotas similares.

Éramos pacíficos. ¿Qué pasó? Mire, esas cosas suceden poco a poco. Algunos abusaron de nuestra hospitalidad. No nos dimos cuenta en qué momento dejamos de dar los buenos días y comenzamos a maldecirnos. Una de las razones es que fuimos gobernados por criminales a lo largo de un siglo -algunos de ellos graduados con honores en el extranjero-, que nos infundieron miedo a la vida y sumisión a la autoridad; súmele 500 años de racismo y discriminación. ¿Que por qué no nos sublevamos? Porque fíjese que nos dividieron y nos mataron, por eso. También nos hizo pedazos el conflicto armado, las dictaduras, los fraudes electorales, la CIA y la explosión demográfica sin un aumento proporcional en educación. Y bueno, esas cosas nos hicieron cambiar. Pero aunque fingimos que somos fríos, en el fondo todavía somos bondadosos, lo que sucede es que tenemos miedo, vergüenza, frustración y lo manifestamos con ira.

Muy probablemente, antes de venir al país usted sintió pavor. Su familia se quedó rezando porque se venía a un territorio de asesinos, al infierno. Pero, ya ve, ha encontrado amigos, a personas sencillas y amables. Por eso, si alguna vez nos juzgó, mejor cállese y alégrese de que su país no padece de estos males, y ruegue porque jamás los tenga porque, créame, esas cosas llegan sin que uno las pida.