Prosperidad matriarcal
La memoria puede ser un calabozo, un costal de piedras o una película.
Juan Carlos Lemus
Hace poco tuve el deseo de escribir acerca de la pérdida de memoria que sufre
Gabo. Rastreando información al respecto, me encontré con que mientras su
hermano Jaime dice que Gabriel padece demencia senil, Jaime Abello, director de
la FNPI, lo niega y pide al planeta que nadie más se solidarice con la supuesta
enfermedad.
El
asunto es que renuncié a dedicarle unas líneas. Así que hablaré de mi abuela y
otras guatemaltecas. Ella no publicó en chino Cien años de soledad, nunca tuvo
problemas de piratería editorial ni es Premio Nobel, pero dedicó su vida al
trabajo honrado. Su literatura se limitó a la enseñanza del Catecismo y a
llevar las cuentas de su negocio en el mercado la Terminal que mantuvo abierto
más de medio siglo. Allá llegaban comerciantes de otros pueblos con fajos de
billetes a comprarle al por mayor fustanes, cotones, delantales o combinaciones
–sí, antes, las mujeres usaban esas cosas-.
Recuerdo
que a veces los billetes apestaban a calcetín, porque los compradores los
traían entre los zapatos o el calzoncillo, por aquello de los asaltos. A mi
abuela nunca la asaltaron, pero tres veces se le quemó el negocio. María Regina
Rosales Flores (1923), su nombre, trabajó desde los 7 años vendiendo espejitos,
papel de baño y ganchos para el pelo. De joven fue Hija de María en Santa
Cecilia. Un día de 1952 conoció a un viudo de 42 años. Ruperto (mi
abuelo) ya tenía dos hijas y un varón, era herrero de Caminos y miembro de la
Hermandad de Jesús Nazareno. Al año los casó el padre Ambrosio. Tuvieron dos
hijas. Mejoró tanto el negocio que construyeron una casona de dos niveles, con
terraza y un jardín enorme. Al centro de la mesa del comedor siempre había
fruta fresca, debajo de ella, mi abuelo mandó instalar un timbre para llamar a
la cocinera. Las fiestas se hacían con marimba orquesta, llegaba la Gallito;
había comida de sobra y champán. Se bailaba de cachetío, con las mejillas
pegadas, barriendo el salón con pasión marimbera.
A
mi abuela nadie la persiguió 40 años para que publicara sus memorias, como lo
hizo el editor Chen Mingjun con Gabo para traducirlo al chino, pero –para mí-
es más importante que Gabo y todo el boom. Prosperó con honradez, respetó
al prójimo, nunca tomó lo que no fuera suyo. A sus 89, está postrada. La
memoria puede ser un costal de piedras o una película. Creo que por su
mente corre un video de la Guatemala que ya no existe, una en la que era
posible tener un negocio y vivir en paz. Eso se acabó.
Aun
cuando hablo de mi abuela, no es solo ella, son todas aquellas que prosperaron
en circunstancias similares a fuerza de madrugar a las 4 de la mañana e
intervinieron económicamente en la sociedad. Hicieron grandes cosas hasta que
los gobiernos se encargaron de destruirlas al elevar y robar los impuestos, las
rentas de los locales se incrementaron, la criminalidad se impuso, la
municipalidad aplicó su extorsión llamada IUSI, en fin, todas aquellas abuelas
negociantes, costureras, verduleras, las de plazas y mercados vieron erigir y
desplomarse sus pequeños negocios elevados con tanta dignidad. Muchas ya
se fueron, desconcertadas, sin saber de dónde jodidos salió tanta maldad.