viernes, 23 de noviembre de 2012

Prosperidad matriarcal



Prosperidad matriarcal

La memoria puede ser un calabozo, un costal de piedras o una película.
Juan Carlos Lemus


Hace poco tuve el deseo de escribir acerca de la pérdida de memoria que sufre Gabo. Rastreando información al respecto, me encontré con que mientras su hermano Jaime dice que Gabriel padece demencia senil, Jaime Abello, director de la FNPI, lo niega y pide al planeta que nadie más se solidarice con la supuesta enfermedad.

El asunto es que renuncié a dedicarle unas líneas. Así que hablaré de mi abuela y otras guatemaltecas. Ella no publicó en chino Cien años de soledad, nunca tuvo problemas de piratería editorial ni es Premio Nobel, pero dedicó su vida al trabajo honrado.  Su literatura se limitó a la enseñanza del Catecismo y a llevar las cuentas de su negocio en el mercado la Terminal que mantuvo abierto más de medio siglo. Allá llegaban comerciantes de otros pueblos con fajos de billetes a comprarle al por mayor fustanes, cotones, delantales o combinaciones –sí, antes, las mujeres usaban esas cosas-.

Recuerdo que a veces los billetes apestaban a calcetín, porque los compradores los traían entre los zapatos o el calzoncillo, por aquello de los asaltos. A mi abuela nunca la asaltaron, pero tres veces se le quemó el negocio. María Regina Rosales Flores (1923), su nombre, trabajó desde los 7 años vendiendo espejitos, papel de baño y ganchos para el pelo. De joven fue Hija de María en Santa Cecilia. Un día de 1952 conoció a un viudo de 42 años.  Ruperto (mi abuelo) ya tenía dos hijas y un varón, era herrero de Caminos y miembro de la Hermandad de Jesús Nazareno. Al año los casó el padre Ambrosio. Tuvieron dos hijas. Mejoró tanto el negocio que construyeron una casona de dos niveles, con terraza y un jardín enorme. Al centro de la mesa del comedor siempre había fruta fresca, debajo de ella, mi abuelo mandó instalar un timbre para llamar a la cocinera. Las fiestas se hacían con marimba orquesta, llegaba la Gallito; había comida de sobra y champán. Se bailaba de cachetío, con las mejillas pegadas, barriendo el salón con pasión marimbera.

A mi abuela nadie la persiguió 40 años para que publicara sus memorias, como lo hizo el editor Chen Mingjun con Gabo para traducirlo al chino, pero –para mí- es más importante que Gabo y todo el boom.  Prosperó con honradez, respetó  al prójimo, nunca tomó lo que no fuera suyo. A sus 89, está postrada. La memoria puede ser  un costal de piedras o una película. Creo que por su mente corre un video de la Guatemala que ya no existe, una en la que era posible tener un negocio y vivir en paz. Eso se acabó.

Aun cuando hablo de mi abuela, no es solo ella, son todas aquellas que prosperaron en circunstancias similares a fuerza de madrugar a las 4 de la mañana e intervinieron económicamente en la sociedad. Hicieron grandes cosas hasta que los gobiernos se encargaron de destruirlas al elevar y robar los impuestos, las rentas de los locales se incrementaron, la criminalidad se impuso, la municipalidad aplicó su extorsión llamada IUSI, en fin, todas aquellas abuelas negociantes, costureras, verduleras, las de plazas y mercados vieron erigir y desplomarse sus pequeños negocios elevados con tanta dignidad.   Muchas ya se fueron, desconcertadas, sin saber de dónde jodidos salió tanta maldad.