Religión y avaricia no pueden andar de la mano,
pero todo es posible para los impostores.
El brasileño Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, IURD, en Rio de Janeiro, es sospechoso de haber blanqueado US$235 millones en donaciones. Además, acusan a su congregación cristiana evangélica de ofrecer falsas promesas de ayuda espiritual a los fieles.
Debido a que es una institución supuestamente religiosa, goza de inmunidad tributaria a la vez que se extiende construyendo templos en todo el mundo. Muchos nos preguntamos si la IURD tiene presencia en el país. Por supuesto que sí. Hemos visto su famoso rótulo “Pare de sufrir” colocado en su sede, el antiguo cine Reforma. Pero aunque ahora estará más visible debido a la acusación en contra de Macedo, justo es que observemos otras probabilidades de esa índole que operan en el país.
Para empezar, un falso templo se levanta con cuatro paredes, unas cuantas láminas y -lo más importante- un cuchumbo para las ofrendas. Los verdaderos cristianos evangélicos y los pastores honorables que lean esto y lo que sigue sabrán que no me refiero a ellos. De hecho, aunque no sea su correligionario, a veces escucho con singular interés sus programas radiales porque valoro cuanto tiene que ver con las cruzadas por la paz que se hacen en este país monstruosamente lastimado; además, conozco a evangélicos que me parecen admirables.
Sentirán odio al leer esto quienes se saben impostores, esos que mañosamente evitan que sus ovejas tomen conciencia de que son esquilmadas. Algunos de ellos han acumulado grandes cantidades de dinero y tienen iglesias con sucursales, guardaespaldas y choferes. Otros operan desde lugares más sencillos que de día son tortillerías y de noche templos. Las ofrendas marcarán su crecimiento.
Construido el cuarto -o el millonario inmueble-, el resto es danza celestial. Contratan a un par de oradores chispudos que leen la Biblia, hacen exégesis de algunos pasajes, ofrecen milagros de diez a once, sanaciones y dones espirituales de doce a una; todo como si mantuvieran encadenado en el patio a un extraño dios a quien sueltan para que saque la tarea. Sus reuniones son un espectáculo dramático. Oran a gritos, con lágrimas histéricas y salivazos. Ofrecen el reino de los cielos y amenazan con las llamas del infierno. Esta es la parte más delicada, pues esos supuestos pastores y sus secuaces drogan con remordimiento a las personas. Así, acumulan riqueza y con insaciable avaricia construyen más negocios de apariencia espiritual, acaso narcoiglesias. Limpian las culpas con agua de dólares, joyas, fajos de quetzales y otros favores tales como servicios gratuitos de limpieza, jardinería o de albañilería.
Habrá quien considere que mi juicio es demasiado severo. Insisto en que hay templos sencillos pero respetables, otros son más lujosos y quizá cumplen con su objetivo evangelizador, todos deben sostenerse con ofrendas, es normal, pero les aseguro que abundan personajes inhumanos, gente feroz y en el fondo violenta a la cual no le interesa que sus seguidores paren de sufrir, antes bien, para ellos el tormento es oro y el miedo es el combustible que lo enciende. Salomón los llama leones rugientes y osos hambrientos. Yo los llamaría de otra manera.