Más que estudiantes, desfilan hormonas, truenos de percusión y trompetas. Las batonistas danzan haciendo temblar su piel tersa o de naranja. Unas giran, dan un puntapié, lanzan el bastón por el aire y lo cogen al vuelo; luego se doblan casi hasta la sentadilla y dan un brinco que arranca los aplausos del público apretujado.
Marchan en honor a la patria. Algunos visten chaleco y corbatín, como meseros de un crucero, sombreros estilo gánster y guantes blancos. Reinas de belleza, bailarinas en minifalda, muchachas vestidas de aves del paraíso picotean samba, gotean sudor de pies a cabeza dándole al desfile un toque de lujuria. “Todo por Guate”, dice un cartel.
Es entonces cuando aparecen los cadetes de la Escuela Politécnica. Llevan una bandera bien arrugada y sucia. Los sigue una tropa que reacciona al grito de una mujer: “¡Presenten armas!”. Es un grito militar, ciertamente, pero no deja de ser un grito de mujer entre la selva de mosquetones.
Los cadetes no lucen simétricos ni llevan el ritmo exacto. El caitazo que les ha dado reputación es más bien débil y a sus botines les falta betún. Pienso que el Ejército chino ya los habría decapitado. Pero estamos en Guatemala, el 15 de septiembre del 2011, celebrando 190 años de Independencia.
En la banqueta venden agua pura, poporopos, algodones y gelatinas. Una señora grita “¡Peteees. A quetzal los peteeees! (chupetes)”
Otro escuadrón canta una brava letra que dice: “Preparad el ataque coordinado”. Inesperadamente, algo desentona tanto como si en una película de terror de pronto apareciera el osito Bimbo. Exacto. Tras el pelotón viene un soldado disfrazado de osito. ¿Qué diablos hace aquí un osito? Quizás sea del batallón de guardabarrancos, vamos a olvidarlo. Otros cantan con gran coraje el Himno al paracaidista, que dice: “Ay, qué muerte tan sabrosa la que sintió. Y ya nunca más saltó”.
Entre los del Instituto Adolfo V. Hall viene otro osito y ahora un búho… Esto se torna cómico. En otro pelotón, un personaje disfrazado de carrito Jeep del Ejército carga ese vehículo como si fuera Pedro Picapiedra. Es de la Escuela Militar de Aviación. Este desfile adquiere matiz de Huelga de Dolores. Marcha otra escuadra y entre ella, adivine quién, ¡el demonio marino Davy Jones, de Piratas del Caribe! Más disfraces: un buldog y un lobo. Pero dejaron lo mejor de último, un apoteósico cierre con ¡el Pato Donald!; lleva las letras DGF que significan Dirección General de Finanzas del Ejército. Por divertido que sea para los niños, ¿qué hace ese maldito pato desfilando con nuestra brava milicia? Misma que es custodiada por capitanes, coroneles –además de las insignias, se nota que lo son por su barriga y arrogancia- y kaibiles.
Esto se vuelve cada vez más grotesco, pasa otra ardillita.
Y eso no es todo, oiga esto, la banda de la Escuela de Música del Ejército interpreta, nada más y nada menos que, agárrese bien, Y.M.C.A, un himno de homosexuales, compuesto por el grupo más marica de todo el planeta, el Village People (¿lo recuerda?, aquel de Macho Man). Pasa otro con disfraz de mapamundi, con una cabezota de piñata que es un mundo. Han de ser los de Cartografía. Y a mi lado, la señora sigue gritando “Peteeees”.