lunes, 19 de septiembre de 2011

Vamos al zoológico/ Època de elecciones presidenciales

LA ERA DEL FAUNO


Por Juan Carlos Lemus

Por estos días, las fieras del zoológico la Aurora están más nerviosas que nunca.

Le ofrezco mi brazo galante para que juntos demos un paseo. Antes de internarnos debo advertirle que no conviene que lleve hoy a sus niños, pues observarían la carroña y las exhibiciones nefandas que practican ante la vista pública tanto los micos como los pericos. Por ejemplo, el babuino, un mono africano de apariencia proletaria que tiene demasiadas crías y el culo bien calloso, babea cual perro mientras refocila encima de una de sus hembras. El 60 por ciento de estos micos son jóvenes; significa que tienen en sus patas el futuro del parque.

Las jirafas —dice un cartel— “se comunican con infrasonidos, por eso creíamos que eran mudas”. En efecto, parecían damas, burguesas bien educadas, pero están tan chifladas como los monos araña.

La tigresa de bengala puede hartarse de una sola vez 85 libras de carne. Ojo con esta bestia, su gula es terrible, no creo que quiera mantenerla ni siquiera un narco. Su amor salvaje lo comparte con un tigre naranja de rayas negras que traga peores cantidades.

El jaguar, la pantera y el puma se mantienen malhumorados y babeantes como drogadictos sin su dosis. El más destartalado y flaco de estos gatos, el jaguarundi, si no tuviera pelos tendría tatuados en el cuerpo unos dedos bien torcidos.

Más allá, vea usted, el señor pizote, un animal al que le llaman el andasolo “porque es de hábitos solitarios”. Tiene ojos achinados, orejas cortas y hocico delgado. Puede comerse un chomín con frutas y verduras en un tris tras. Verdaderamente que anda solo. Pero más loco está el mapache, un cómico animal con antifaz estilo ladrón de la década de 1970.

La cotuza, con los pelos parados por estar rodeada de tantas fieras, se acurruca contra su macho y pareciera que le dice al oído “no te preocupes, mi vida”.

Y el bíblico cabrito de monte, al que “se le ha visto cruzar ríos de más de 300 metros de ancho”, alcanza grandes velocidades cuando huye de sus predicadores, digo, de sus depredadores.

Ahora, bienvenidos seamos a las jaulas de la muerte. Los halcones y los zopes comen cadáveres. Seguramente fueron entrenados por los gringos en la Escuela de las Américas. Entre ellos está uno más bien campechano; es el halcón peregrino, “el animal más rápido del planeta”, que en picada alcanza los 400 kilómetros por hora. No dice si es el más rápido para robar, lo cierto es que después de haber estado en las alturas vive enjaulado y aún conserva cierta arrogancia incomprensible.

En este instante, agárrese bien de mi brazo porque entraremos al tenebroso mundo de las serpientes, donde hay falsos corales, pitones y dragoncitos verdes. La cascabel es una serpiente de mal carácter: “Cuando se siente irritada o amenazada, truena vigorosamente” su chachal —o cascabel—.

La barba amarilla, solo en Guatemala, causa “más de mil mordidas serias al año, muchas de ellas fatales”. Es como la Policía Nacional, pero no tan nefasta.

Abortaremos aquí el paseo para almorzar en la Comiplaza Chapina, en pleno corazón del zoológico. Pido pollo frito. No es lo que se dice un banquete solidario. Habría preferido sesos de hipopótamo en vez de este pollo tieso, frío y viejo. Son Q30 y ni siquiera dan factura, al menos en la caseta 6.