lunes, 10 de diciembre de 2012

Mr. Antivirus / Vino a amenizar nuestras desgracias el estadounidense John McAfee.



Juan Carlos Lemus

Nada tan entretenido había sucedido en el país –en materia de extranjeros- desde las desventuradas cuitas acaecidas en 2009, cuando el español Armando Lusquiños, autodenominado el Monje, anunció que había organizado una guerrilla. Quienes siguieron de cerca aquellos capítulos, recordarán que tras tales declaraciones fue vapuleado por sus camaradas y enviado de vuelta a España por el Gobierno. Si no vivieron los desdichados episodios, les ofrezco mi versión resumida.

Hallábase hundido el Monje entre selvas guatemaltecas, acaso alimentándose de mandiocas, y decía comandar a 300 mil personas armadas hasta los dientes y con bombas ocultas entre los fondillos. El 11 de octubre de 2009 hubo un apagón de electricidad en todo el país. El Monje se atribuyó el ataque. Advirtió que era el inicio de la revolución del siglo XXI.

Muchos aplaudimos la moción. Aburridos de tanta miseria y de nuestros inútiles pataleos verbales, ansiábamos que sucediera algo importante, algo que de verdad hiciera temblar las estructuras de poder. Así que corrimos a desempolvar viejas consignas que un día gritamos a todo pulmón en las calles o quizás debajo de la cama: “Abajo la tiranía”, “Patria o muerte”, “Fuera imperialistas” y demás vejestorios guardados en buhardillas mentales.

Para nuestra pronta desilusión, el Monje actuaba con sospechosa ingenuidad. Cuando todo parecía listo para la rebelión, sus aliados lo desconocieron, lo pescocearon el 12 de octubre de 2009 cuando manifestaban frente a Casa Presidencial.  Fue conmovedor verle la boca sangrante. Tuvo suerte de que no lo lincharan. Después, cuando le preguntaron si  en realidad era el culpable de haber dejado sin luz al país, respondió que ya el ministro de Gobernación había explicado que lo hizo un rayo, y que él no producía rayos, por lo tanto, no era culpa suya. De manera que estaba loco, pero no era estúpido. Parecía buena persona. Tuvo la osadía de arar sobre la mar de los desposeídos.

Ahora viene a amenizar nuestras desgracias el otrora multimillonario estadounidense John McAfee, creador del antivirus informático de su apellido.  Sospecho que los inventores de esas  vacunas son los mismos que crean el virus para vender  el mal y el remedio. Viene huyendo de la justicia beliceña. Según él, sufre persecución política. Lo cierto es que se trata de un tipo extraño. En la web hay fotos suyas en las que posa cual Rambo con fusiles y amigos asaz ramboides.  Lo que no sabía don Antivirus era que igual vendría a caer en cuna de lobos.

Fue llevado, eso sí, cariñosamente por la Policía, sin esposas, fumando entre la patrulla, con las atenciones que merece un tipo de su estatura, claro. A nuestros paisanos en EEUU, en cambio, como son de Toto, Sololá, Huehue o Taxisco los engrilletan, arrodillan, manosean e insultan como si fueran asesinos. Tales humillaciones quedan impunes y continúan. En tanto que Obama muestra un falso interés en ayudar a los migrantes guatemaltecos, don Antivirus yace albergado en refugio migratorio, accede a su blog, tiene visitas de su novia, se engarabata con plausible teatralidad y es llevado al hospital. Vino a proveer jocosidad y repudio; estamos acostumbrados. 

viernes, 30 de noviembre de 2012

Nace un mito: Irina Darlée y Tasso Hadjidodou in Guatemala

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Nace un mito


Irina Darlée y Tasso Hadjidodou, amigos que saltaron los charcos de un día lluvioso,
del océano y de la vida.



Juan Carlos Lemus

Al volver de algún descanso como el de Navidad, la escritora Irina Darlée (Moscú 1921-Guatemala 2008) venía a la sección Cultura de este diario y solía preguntarnos, casi como broma de tradición: “¿Qué tal pasaron su descanso? ¿Estuvieron contentos o con la familia?”. Su buen humor era extraordinario. Dama de carro viejo y chofer mayor, culta y nada solemne, aprendió a bailar sardanas con Salvador Dalí, a quien visitaba en su casa de Cadaqués; fue  amiga de Cela. Contaba de cuando amigos suyos y de Tasso Hadjidodou (Bélgica, 1921-Guatemala, 2012) quisieron unirlos para que salieran juntos a las actividades culturales.

“Yo recuerdo –decía Irina, con su acento ruso-alemán– una vez que fuimos al Teatro Nacional con Tasso. Mi chofer y yo pasamos por él. Cuando llegamos, caían aguaceros. Yo iba elegante. Llevaba mi abrigo caro, ese que te conté que me robaron del armario, me costó 3 mil dólares, una ganga, Carlos, esos abrigos valían el triple, pero lo compré a buen precio, en Rusia. Un día llegué y el abrigo había desaparecido. ¿Para qué lo querrían? ¿Para usarlo como  alfombra? ¿Para hacerlo pedacitos y usarlo como almohada? Lo digo porque no era un abrigo como para andar por ahí con chancletas bajo el sol. Pues esa noche que fuimos al concierto con Tasso, caían aguaceros. Cuando bajamos del carro, casi tuvimos que saltar un charco. Salpicados, llegamos a la entrada donde estaban el embajador de España y otros amigos esperándonos. Cuando nos vieron empapados, uno de ellos dice: ´Tasso ¿por qué no cargó a Irina? Usted, que es un caballero, la hubiera cargado para cruzar el charco´. Y Tasso, sin pestañear, le responde, refiriéndose a mi gordura: ´¿Si a usted le hubiera tocado cargarla, por cuál pedazo habría comenzado?´”

Tasso e Irina fueron público asiduo, respetuoso, atento en las actividades culturales durante más de 60 años. Ahora son una página amarilleada del diario, aunque sobre Tasso nace un mito por estos días. Antenoche, en la Sexta Avenida, vi a un muchacho que hace de novedoso guía para el turismo local. Junto a la escultura de Tasso, rodeado de paseantes boquiabiertos, explicaba: “Tasso fue el creador de este paseo de la Sexta. Tasso fundó las Escuelas Municipales de Arte. Él trajo de Europa el concepto de escuela de pintura y de música. Él fundó la Sinfónica Municipal”. Luego, con tono inquisidor, preguntó a su público: “¿Ya vieron lo que está haciendo Arzú en el parque central, eso de poner una pista de hielo? Si Tassito hubiera visto eso, se muere, ¡se muere!,  porque Tasso creó el concepto de Centro Histórico”.

…Sorprendente, interesante circunstancia extraída del más puro ingenio guatemalteco. El mito crecerá. En pocos años se solidificará cual Piedra de los Compadres. De momento, comparto con usted estos versos del Rubaiyat, para que juntos con Omar Jayam, el autor, brindemos a la salud post mórtem de Irina y Tasso:

“Convéncete bien de esto: Un día tu alma dejará el cuerpo/ y serás arrastrado tras un velo entre el mundo y lo desconocido/ Mientras esperas ¡Sé feliz!/ Pues no sabes cuál es tu origen e ignoras cuál es tu destino” (Estrofa  XXVII). 


viernes, 23 de noviembre de 2012

Prosperidad matriarcal



Prosperidad matriarcal

La memoria puede ser un calabozo, un costal de piedras o una película.
Juan Carlos Lemus


Hace poco tuve el deseo de escribir acerca de la pérdida de memoria que sufre Gabo. Rastreando información al respecto, me encontré con que mientras su hermano Jaime dice que Gabriel padece demencia senil, Jaime Abello, director de la FNPI, lo niega y pide al planeta que nadie más se solidarice con la supuesta enfermedad.

El asunto es que renuncié a dedicarle unas líneas. Así que hablaré de mi abuela y otras guatemaltecas. Ella no publicó en chino Cien años de soledad, nunca tuvo problemas de piratería editorial ni es Premio Nobel, pero dedicó su vida al trabajo honrado.  Su literatura se limitó a la enseñanza del Catecismo y a llevar las cuentas de su negocio en el mercado la Terminal que mantuvo abierto más de medio siglo. Allá llegaban comerciantes de otros pueblos con fajos de billetes a comprarle al por mayor fustanes, cotones, delantales o combinaciones –sí, antes, las mujeres usaban esas cosas-.

Recuerdo que a veces los billetes apestaban a calcetín, porque los compradores los traían entre los zapatos o el calzoncillo, por aquello de los asaltos. A mi abuela nunca la asaltaron, pero tres veces se le quemó el negocio. María Regina Rosales Flores (1923), su nombre, trabajó desde los 7 años vendiendo espejitos, papel de baño y ganchos para el pelo. De joven fue Hija de María en Santa Cecilia. Un día de 1952 conoció a un viudo de 42 años.  Ruperto (mi abuelo) ya tenía dos hijas y un varón, era herrero de Caminos y miembro de la Hermandad de Jesús Nazareno. Al año los casó el padre Ambrosio. Tuvieron dos hijas. Mejoró tanto el negocio que construyeron una casona de dos niveles, con terraza y un jardín enorme. Al centro de la mesa del comedor siempre había fruta fresca, debajo de ella, mi abuelo mandó instalar un timbre para llamar a la cocinera. Las fiestas se hacían con marimba orquesta, llegaba la Gallito; había comida de sobra y champán. Se bailaba de cachetío, con las mejillas pegadas, barriendo el salón con pasión marimbera.

A mi abuela nadie la persiguió 40 años para que publicara sus memorias, como lo hizo el editor Chen Mingjun con Gabo para traducirlo al chino, pero –para mí- es más importante que Gabo y todo el boom.  Prosperó con honradez, respetó  al prójimo, nunca tomó lo que no fuera suyo. A sus 89, está postrada. La memoria puede ser  un costal de piedras o una película. Creo que por su mente corre un video de la Guatemala que ya no existe, una en la que era posible tener un negocio y vivir en paz. Eso se acabó.

Aun cuando hablo de mi abuela, no es solo ella, son todas aquellas que prosperaron en circunstancias similares a fuerza de madrugar a las 4 de la mañana e intervinieron económicamente en la sociedad. Hicieron grandes cosas hasta que los gobiernos se encargaron de destruirlas al elevar y robar los impuestos, las rentas de los locales se incrementaron, la criminalidad se impuso, la municipalidad aplicó su extorsión llamada IUSI, en fin, todas aquellas abuelas negociantes, costureras, verduleras, las de plazas y mercados vieron erigir y desplomarse sus pequeños negocios elevados con tanta dignidad.   Muchas ya se fueron, desconcertadas, sin saber de dónde jodidos salió tanta maldad.



sábado, 1 de septiembre de 2012

Aquel Kaminaljuyú


LA ERA DEL FAUNO

En una época fui dibujante arqueológico. En 1984 me integré a un equipo dirigido por la respetable doctora en Antropología Marion Popenoe de Hatch, quien con algunos arqueólogos, entre ellos Érick Manuel Ponciano, desarrolló el proyecto Kaminaljuyú/San Jorge. De mañana, los dibujantes nos poníamos botas y sombrero para internarnos en el ancho campo que auscultaban los arqueólogos y sus asistentes de las universidades Del Valle y San Carlos, los topógrafos y trabajadores de campo. Rompían de 10 en 10 centímetros, con qué paciencia,

Juan Carlos Lemus
JUAN CARLOS LEMUS
el humus y el talpetate para encontrar qué se escondía bajo aquella piel de maleza y barro. El terreno estaba donde hoy es el residencial San Jorge.
Pude vivir de cerca la extraordinaria calidad humana y científica de Popenoe de Hatch. Poco antes de escribir esto me enteré de que a sus 81 años —en octubre cumplirá 82— sigue trabajando, ahora en Takalik Abaj. Más que catedrática, ha sido mentora de generaciones de arqueólogos. Uno de sus alumnos, Ponciano, hasta hace poco director general del Patrimonio —una eminencia en su campo y erróneamente cesado por el gobierno actual— me contaba que las clases terminaban a las 12, pero ella les ofrecía que regresaran después de almuerzo, si lo deseaban, a recibir más conocimiento. Volvían, y les daban las 5 o 6 de la tarde en el aula.
Hija de estadounidenses, Marion Popenoe nació en Guatemala, y desde pequeña vivió en Estados Unidos y volvió al país a finales de la década 1970. Su casa en Antigua, Casa Popenoe, pudo haberse convertido en un paraíso personal, pero la ha mantenido con las puertas abiertas como museo, por su pureza arquitectónica colonial; fue casa del Oidor de la Real Audiencia.
Admiro de Popenoe su erudición combinada con auténtica filantropía, algo que no siempre sudan los académicos de tal temperatura. Se internaba en el canal de irrigación y la barranca con sus botines estilo comando y sombrero caqui. Hablaba con los arqueólogos, hacía apuntes, observaba y tocaba los tiestos; bajo el sol, o huyendo de la lluvia, recorría aquel terreno donde fueron cavados más de 400 pozos. Allí se exploraron cosas interesantes como el canal de irrigación, obra de ingeniería hidráulica precolombina altamente sofisticada que fue descubierta por Ponciano. Se trata de un acueducto que se mantuvo entre los años 300 a. C. al 200 d. C., diseñado a partir de un riachuelo que drenaba el lago Miraflores; los habitantes prehispánicos lo condujeron hacia los cultivos, de manera que podían tener riego durante todo el año. Si la barranca natural les proveía de agua potable, el canal artificial les regaba la planicie.
Me vienen gratos recuerdos de María López y Luis Morataya, los otros dibujantes —hoy arquitectos—, nuestras hojas milimetradas, el papel calco, los dibujos en el campo, los atoles y chuchitos de las 10 y nuestras carcajadas al aire libre. El tiempo corre como perseguido. Hace un año, apenas, daba yo aquí el primer piochazo para describir el humus y talpetate que contiene La era del Fauno: prensalibre.com/opinion/Inicia-fauno.
Inicié entonces mi año sabático, cuyos beneficios y maleficios excavados les compartiré, con agrado, otro día.

domingo, 26 de agosto de 2012

Al infierno Pussy Riot



Al igual que muchos, considero exagerada la condena de dos años de prisión al grupo ruso,
pero, pero, pero…

Juan Carlos Lemus


Me conmueve más ver a las hermanas de la caridad desconcertadas y tratando de interpretar por qué son moralmente violadas en su propia casa, en una catedral de Moscú, que a las zonzas de Pussy Riot esposadas dando señales de victoria. ¿Por qué no irrumpieron en el Kremlin? ¿Por qué no en una conferencia de  prensa de Putin? Sencillamente, porque eso sí sería difícil.

Estar a favor de ciertos artistas y sus impulsos puede ser una pose. Y una muy fanfarrona, por cierto. Cualquiera me tomará por reaccionario y tampoco me importa. No me sorprende que hallan llamado la atención de Madonna y de Paul McCartney, personas que no se pronuncian en contra de la hambruna en África ni otros problemas serios del mundo, al contrario de George Clooney, por ejemplo, un verdadero antagonista de la inhumanidad en Sudán. Mas a Madonna y McCartney los recibiré con aquellas famosas palabras, cuando lleguen al cielo: “Salid de aquí, perros mudos, no supisteis ladrar cuando debíais”.

Sospecho que si durante un concierto de punk algún religioso enloquecido se subiera al escenario a gritar, altoparlante en mano, “Dios nuestro, disuelve las Pussy Riot” o “¡Caigan llamas del infierno sobre esta impías!”, todos esos que hablan de tolerancia lo bajarían a golpes. Hoy la noticia sería que un imbécil atacó las sagradas estructuras de la libertad musical.  Dirían que atentó contra unas muchachas que solo cantaban en su catedral de anhelos.

Cuentan que un día de 1918, el dadaísta Johannes Baader asistió a misa en una iglesia de Berlín. Cuando el sacerdote lanzó la pregunta: “¿Qué significa hoy para nosotros Jesucristo?” Baader gritó: “Para los de tu clase no significa nada, ¡maldita sea!” Esas acciones eran normales en Baader, un arquitecto alemán y quizá el más radical de los dadaístas. Su respuesta, me parece, fue un derecho al diálogo impuesto en una ceremonia en la que normalmente un pastor esperaría escuchar lo que quiere. Es decir, cuando preguntes algo, sea donde sea, espera una respuesta, no tu respuesta.  Es una interacción distinta.

Más escandaloso fue el célebre bailarín ruso Vaslav Nijinsky, quien se masturbó en escena con el pañuelo de las ninfas cuando presentaba La siesta de un fauno, en el París de 1912.

Pero las Pussy Riot ni siquiera cantan bien. Y no acabo de entender por qué violentaron a los feligreses. En su canción imploran que la Virgen se vuelva feminista, hablan de un viacrucis de limusinas y piden la renuncia de Putin. Son testarudas y poco creativas. Muchos hemos sido iconoclastas y agresivos –lo reconozco, y acaso menos creativos en nuestros libros que el grupo de marras-, pero violentar físicamente para desacralizar el mundo es semejante a lo que hace un extremista neonazi.

Admiro la valentía de quienes confrontan a las instituciones. Desde monjes que se incineran hasta la organización #YoSoy132 me parecen bloques de dignidad.  Como muchos, estoy en desacuerdo con la condena a dos años de prisión al grupo ruso.  Es demasiado. Creo que debería aplicárseles alguna suspensión, o no sé, quizá un castigo maya. Y de aquí en adelante, ya no deberían ser conocidas como las Pussy Riot sino como las Crazy Pussy.


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To hell Pussy Riot 



Like many people, I consider exaggerated the sentence of two years in prison the Russian group, but, but, but ...


Juan Carlos Lemus


It moves me more to see the sisters of charity bewildered and trying to interpret why are morally raped in her own home, in a cathedral in Moscow that the Riot Pussy zonzas cuffed giving victory signs. Why not stormed the Kremlin? Why not a press conference Putin? Simply, because that would be difficult.

Being for certain artists and their impulses can be a pose. And a very boastful, indeed. Either I take a reactionary and I do not care. No wonder you are called the attention of Madonna and Paul McCartney, who do not speak out against the famine in Africa or other serious problems in the world, unlike George Clooney, for example, a real antagonist inhumanity Sudan. But as Madonna and McCartney will receive you with those famous words, when you get to heaven: "Get out of here, dumb dogs bark when did you know you ought not."

I suspect that if during a punk concert is a religious crazy up on stage yelling, loudspeaker in hand, "our God, dissolves Pussy Riot" or "hellfire Caigan this ungodly!", All those who speak of tolerance it would fall to blows. Today the news would be a fool attacked the sacred structures of musical freedom. Say who attacked some girls who just sang in the cathedral of longing.

They say that one day in 1918, the Dadaist Johannes Baader attended Mass at a church in Berlin. When the priest asked the question: "What does Jesus Christ for us today?" Baader shouted: "For your kind does not mean anything, damn it!" These actions were normal in Baader, a German architect and perhaps the most radical of the Dadaists. His answer, I think, was a right to tax dialogue in a ceremony in which a pastor normally expect to hear what you want. That is, when you ask something, wherever, waiting for a response, no reply. It is a distinct interaction.

More shocking was the famous Russian dancer Vaslav Nijinsky, who masturbated on stage with nymphs handkerchief when presenting The Afternoon of a Faun, in Paris in 1912.

Riot Pussy But even sing well. And I can not understand why the parishioners violated. In his song imploring the Virgin to become feminist, speak of a limousine ordeal and demanding the resignation of Putin. They are stubborn and uncreative. Many have been iconoclastic, aggressive-I admit, and perhaps less creative in our books of yore-group, but physically violate demystify the world is like making an extremist neo-Nazi.

I admire the courage of those who confront the institutions. From monks that are incinerated to organizing # YoSoy132 blocks seem dignity. Like many, I disagree with the sentence of two years imprisonment to Russian group. Too. I think that should be applied to any suspension, or do not know, maybe a Mayan punishment. And from now on, should no longer be known as the Riot Pussy Pussy Crazy but like.


sábado, 30 de junio de 2012

Y vivieron felices/ A propósito de una encuesta de la New Economics Foundation que ubica a Guatemala en el top ten de la felicidad jajajajajajajajajajaja



Por Juan Carlos Lemus

La mayoría de personas ha tenido experiencias de felicidad y también la mayoría ha tenido, por lo menos una vez, deseos de suicidarse. Si usted se preocupó de que los demás se enteraran de eso -no de que fue feliz, sino de que en algún momento de su vida consideró la posibilidad de acabar con todo- tranquilícese, es un pensamiento más común de lo que cree. Lo que sucede es que provoca vergüenza aceptarlo.

En algunos casos, puede que sea algo que ocurrió allá por la adolescencia, cuando nuestros padres nos dijeron que no más parrandas y vimos directo hacia nuestras venas o a la viga del techo; también puede pasar en plena madurez, justo cuando se supone que uno es tan feliz como Balotelli goleando a Alemania. Lo que nos separa de quienes lo han hecho es poco menos que un impulso.

Los hippies eran felices, también lo son los neonazis, los indigentes y los opulentos. La Universidad de Harvard abrió en el 2007 un curso sobre la felicidad, pilotado por expertos en psicología positiva, una rama surgida en la década de 1990, aunque, como todas las ciencias, alega linaje aristotélico. Indaga en las cosas buenas del ser humano. Evado profundizar porque no soy experto en el tema ni me alcanzaría esta página, pero ellos aseguran que la felicidad estalla al final de estos 24 factores: curiosidad, capacidad de amar y ser amado, creatividad, generosidad, juicio, inteligencia social, deseo de aprender, perspectiva, justicia, templanza, perdón, ecuanimidad, modestia, prudencia, autocontrol, tenacidad, aprecio de la belleza, honestidad, gratitud, ilusión, esperanza, valentía, humor y espiritualidad. Con una sola que le falle es como andar con una llanta pache, ya con dos, mejor ni le digo.

La sabiduría popular es más práctica; una canción lo resume en salud, dinero y amor. Pero ahora resulta que ni siquiera el dinero nos hace felices. Al menos eso dicen quienes lo tienen. El cínico Diógenes, apodado perro, encontraba la razón de la vida en el desapego. Más o menos lo mismo que Buda, pero Diógenes, aunque sabio, era un tipo sucio que defecaba en público y escupía rostros.

Los guatemaltecos estamos en el top 10 del ranquin mundial de la felicidad, dice una encuesta de la New Economics Foundation. El estudio, venga de donde venga, así sea de Londres, la Rotterdam University de Holanda o de Estados Unidos, no puede ser más absurdo, ocioso y una frivolidad muy cercana a la estupidez. Digo cercana no porque casi llegue a serlo, sino porque lo es tanto que se pasa. Curiosamente, los países más pobres somos felices porque “permanecemos más en familia” y trabajamos con entrega. Léase: trabajen duro y stay home (no migren).

En una entrevista que le hizo el canario Juan Cruz a Umberto Eco (2008), el italiano dijo con su habitual puntería: “En la vida hay felicidades que duran 10 segundos, o incluso media hora (…). Alguien que es feliz toda la vida es un cretino”.

La psicología positiva recomienda escribir cosas buenas al final del día. Algo así como “hoy el coreano llegó de buenas”, “La camioneta llegó a su destino sin problemas”, “La gasolina bajó dos centavos”, “Conseguí buen frijol, barato”. Y así, viviremos felices por siempre jamás.

domingo, 17 de junio de 2012

¡Hey!, extranjero:

No siempre fuimos un país violento, plagado de criminales;

más bien, éramos benevolentes.


Por Juan Carlos Lemus


Quizás, usted ha creído que desde siempre hemos sido un país con graves problemas de violencia. No es así, todo lo contrario, hasta hace unas cuantas décadas éramos uno de los países más hospitalarios del mundo. Las puertas de nuestras casas permanecían abiertas, tanto para los visitantes como para las bocanadas de aire fresco con las que mitigábamos el calor de nuestras apacibles tardes.

Nos distinguía nuestra solidaridad. Éramos generosos, especialmente con los extranjeros a quienes hacíamos sentir como en familia. Cuando en la calle nos preguntaban una dirección, aunque fuéramos apresurados nos deteníamos a dar explicaciones detalladas, más o menos como estas: “Siga dos cuadras, al llegar a la farmacia, cruce a la izquierda y se va recto, recto, hasta el mercadito; pero, si quiere, mejor lo acompaño”. Y lo llevábamos.

Comíamos pan saludable y lo compartíamos con desconocidos. Era normal que nos detuviéramos en cualquier casa para pedir un vaso de agua. Nuestros niños corrían entre los barrancos, viajaban solos en los buses, trepaban a los árboles y jugaban escondite en los callejones.
Usted, extranjero, si cree que Guatemala siempre ha sido tierra donde algunas bestias cortan la cabeza a otros y que nacimos pandilleros, se equivoca. Antes, la noticia de un robo nos duraba quince días. Es más, si alguien había robado, sentíamos vergüenza de esa persona, y ella, a su vez, sentía pena y difícilmente nos daba la cara cuando la veíamos en la calle.

Algunos ancianos recuerdan cuando la Policía los despertaba en la noche, solo para avisarles que habían dejado abierta la puerta de su casa. No éramos santos, pero sabíamos quién era el ladrón del barrio, quién vendía droga, quiénes eran gentes malas y quién andaba armado. Mi abuela Josefina me contaba cómo ella misma zangoloteó de la oreja a un carterista. Muchos tenemos anécdotas similares.

Éramos pacíficos. ¿Qué pasó? Mire, esas cosas suceden poco a poco. Algunos abusaron de nuestra hospitalidad. No nos dimos cuenta en qué momento dejamos de dar los buenos días y comenzamos a maldecirnos. Una de las razones es que fuimos gobernados por criminales a lo largo de un siglo -algunos de ellos graduados con honores en el extranjero-, que nos infundieron miedo a la vida y sumisión a la autoridad; súmele 500 años de racismo y discriminación. ¿Que por qué no nos sublevamos? Porque fíjese que nos dividieron y nos mataron, por eso. También nos hizo pedazos el conflicto armado, las dictaduras, los fraudes electorales, la CIA y la explosión demográfica sin un aumento proporcional en educación. Y bueno, esas cosas nos hicieron cambiar. Pero aunque fingimos que somos fríos, en el fondo todavía somos bondadosos, lo que sucede es que tenemos miedo, vergüenza, frustración y lo manifestamos con ira.

Muy probablemente, antes de venir al país usted sintió pavor. Su familia se quedó rezando porque se venía a un territorio de asesinos, al infierno. Pero, ya ve, ha encontrado amigos, a personas sencillas y amables. Por eso, si alguna vez nos juzgó, mejor cállese y alégrese de que su país no padece de estos males, y ruegue porque jamás los tenga porque, créame, esas cosas llegan sin que uno las pida.

Qué te pasó, Pollo Campero

Venturas y desventuras de un saborque se disipó al calor de los años.


Por Juan Carlos Lemus

Véalo. Ante mi nariz lo tengo, magullado y triste como si lo hubiesen sacado a empujones del gallinero. Este capón más parece una flaca paloma de la Catedral. Pierna y pechuga lucen magras. Al herirles la parte gorda para encontrar dentro algo de aquel aroma con el que nació en los setentas, aparece una carne pálida, humeante, inodora, sin amor culinario alguno, como si solo se hubiera cumplido con un requisito de cocción.

Algo en este platillo no está bien y estoy seguro de que no es un error de los cocineros, meseros ni gerentes, todos personas tan esmeradas y amables. El problema tiene que venir de la parte alta de la cascada, del pico del cuadril. Y no me refiero a un pleito personal de la familia Gutiérrez –eso no me interesa a la hora de meter este tenedor-, sino a la falta de tino empresarial. O para mejor decirlo: se durmieron en sus laureles.

Pero vamos por piezas, como diría un cocinero. El gran hallazgo culinario urbano de la segunda mitad del siglo XX se llamó Pollo Campero. Su fragancia se colaba por los callejones, casas y autobuses. Era un deleite consumir un pollo distinto al que nos vendían en los mercados o nos cocinaban en casa. Nuestros paisanos que viajaban a Estados Unidos abordaban el avión con un par de cajas. Era el favorito, sin duda.

Traigo a la mesa el tema en honor a los cientos de miles de familias que lo consumen y gastan buena parte de su salario en un pollo que hace años dejó de ser apetitoso. Sus dueños deberían revisar con honestidad el porqué y en qué momento se perdió la mística y el registro de paladar que descubrieron cuando lo lanzaron al mercado. Si cambiaron la fórmula para acelerar la producción, recuerden que sus clientes merecen más calidad y justicia de compra venta.

Una lógica bastante amañada nos dice que si el producto no fuera bueno, no se consumiría. Es cierto que, a pesar de todo, Campero es un poco mejor que esos pollos desabridos que ofrecen McDonald’s o Burger King, por ejemplo, pero ese no es un signo de exquisitez para un producto que tuvo la oportunidad de permanecer como una célebre invención gastronómica urbana.


Su expansión por el mundo demuestra éxito económico, pero su verdadero triunfo será devolverle aquel sabor que perdió hace años, más ahora que esa cadena de restaurantes anunció que cambiará su imagen y fachada, ampliará el menú y modificará su logotipo. Más valdría la pena que lo cocinaran de mejor manera; recuerden que si es “tan guatemalteco como tú” -según su eslogan-, muchos querríamos que se nos representara con más estima, de lo contrario, mejor harían en excluirnos de tan honrosa dedicatoria.


No sé cómo lo saborearán nuestros paisanos en el extranjero, pero aquí es cada vez menos tierno, nada jugoso y más grasiento que crujiente. Quienes fuimos adictos a él, a su toque tan único y sorprendente, hoy sentimos algo parecido a lo que una hincha de la Barbie experimenta cuando ve a esa muñeca recostada en cualquier tienda de 9.99.

El grupo empresarial que lo maneja debería acudir, con toda su familia, a uno de sus propios restaurantes, pedir el menú –les recomiendo el puré, la hamburguesa y una pechuga-, hacer su orden y… A disfrutar se ha dicho.

Nuestro aeropuerto






Juan Carlos Lemus

El aeropuerto no es solo la terminal aérea y la pista, como suele pensarse. El edificio es la parte visible de un complejo más técnico, gigantesco y organizado.  Es como comparar una casa con una ciudad. El fundamento de un aeropuerto internacional –es el caso de La Aurora- son sus espacios aéreos controlados, zona de control, pista, radio ayudas, luces de aproximación, calles de rodaje, intersecciones, rutas aéreas, procedimientos de aproximación y de salida, descensos mínimos, etcétera, etcétera.

Digo esto a propósito de que estamos en época de lluvia, en consecuencia, el ejercicio profesional de los pilotos se hace más complicado. No digo riesgoso, porque no es así, sino difícil porque se reduce la visibilidad y se incrementan los vuelos por instrumentos, a diferencia de la mayor parte del año cuando predominan los vuelos visuales.  Para favorecer al tránsito frente al clima, los servicios en tierra deberían ser óptimos. Por ejemplo, en casi todos los aeropuertos del mundo hay salidas de alta velocidad para que cuando un avión aterriza desaloje inmediatamente la pista. Pero en el nuestro no solo no existe esa posibilidad, sino que la única calle de rodaje no es la más adecuada para un estatus internacional. Veamos por qué. Cuando una aeronave pesada despega o aterriza en La Aurora, no debe haber otra similar rodando paralelamente a la pista. Es como decir que dos camiones no pueden transitar al mismo tiempo en sentido contrario, aun si utilizan distinta mitad de la carretera.  Las normas exigen  cierta separación entre las alas, y como en nuestro aeropuerto no se da esa condición, siempre que rueda por esa calle un avión, digamos un B757 o un Airbus, no debe usar la pista otro similar. Eso complica la fluidez y las demoras generan altos gastos de combustible.

Otro problema de la calle de rodaje es algo tan absurdo y semejante a lo que pasa en las calles de la capital cuando llega el invierno y la Municipalidad manda parchar los parches mientras  los vehículos son desviados. Eso crea congestionamiento.  Esas reparaciones –más bien chapuces-  se abren al poco tiempo porque el material no es de calidad. En aeronáutica, el equivalente es que los aviones tienen que rodar sobre la pista en tanto son reparadas las grietas de la calle de rodaje; obviamente, en ese momento nadie puede aterrizar ni despegar y el costo de sobrevuelo de las aeronaves se incrementa. Aun si los controladores dan prioridad –como tienen que darla- a quienes están  en vuelo, los afectados son los que están en tierra esperando rodar.

Algo peor: en La Aurora, las aeronaves de ancho fuselaje no pueden rodar nunca sobre la calle de rodaje, por lo que después de que aterrizan tienen que regresar sobre la pista para ir al muelle asignado; lo mismo si se dirigen a la cabecera para despegar, lo hacen sobre la pista. Mientras tanto, aviones pequeños o grandes deben sobrevolar o disminuir su velocidad para aproximarse hasta que la pista esté libre. Los afectados, de nuevo, son las empresas por el excesivo gasto de combustible, los pilotos y los controladores. Por ahora he citado solo tres problemas, pero hay otros más graves. (Continúo el próximo sábado)

domingo, 25 de marzo de 2012

Geredamorfosis/ acerca de los comentarios en contra de Ricardo Arjona


JUAN CARLOS LEMUS

Ricardo Arjona es un prodigio en la música iberoamericana. Ha sabido franquear las puertas y mezquindades propias de una carrera mundialmente competitiva.

Por eso y porque me gustan sus canciones, cuando supe que algunas personas se ensañaron contra él y su trabajo artístico pensé, bueno, a otros no les gusta y es normal, pero cuando leí los niveles de ferocidad alcanzados comprobé una vez más cuán negras tiene las uñas doña envidia.

La opinión más violenta fue de la periodista Marcela Gereda, quien posteriormente se disculpó diciendo que ella llevó“demasiado lejos el lenguaje”. No es, en realidad, que lo haya llevado lejos, más bien lo aplicó en bruto, posiblemente bajo los efectos de algún intenso rencor personal. Después, sospecho que estremecida, bajó la cabeza y miró las aguas en el piso. Tarde se preguntó por dónde se coge al toro, si por los cuernos o por el rabo, cuando ya había intentado —infructuosamente— de banderillearle las criadillas.

Fue una travesura violenta. Un arrebato de pequeña divinidad. El problema es que no es una niña ni una divinidad, tampoco una autoridad periodística, pero dado que tiene un espacio de incidencia social conviene revisar su saña. Arremetió con espíritu linchador y vehementes modos dignos de persignarse. No leo a Gereda por varias razones, la más importante, porque me disgusta el periodismo adicto a la notoriedad, tendencioso, mezcla de repollo maquillado tras una vitrina. Fue motivado por la respuesta que publicó Arjona a sus críticos (Prensa Libre, 661733824.html) que leí a los pocos que han adversado su gira y la promoción Guatemorfosis, tanto en Twitter como en columnas de opinión. O bien manejan un discurso contra la oligarquía —como si jamás se hubieran tomado una Pepsi Cola— o felicitan a la dama.

Es espeluznante. Gereda cogió los más pesados tetuntes y con fuerza labriega se lanzó contra una buena persona. Sí, contra un hombre que canta. Y que canta con alegría. Que aporta más con sus canciones y su Fundación Adentro que quienes minusvaloran sus logros.

Días después, Gereda publicó la parte dos. De nuevo, inesperadamente envalentonada, metamorfoseó en teórica y socióloga. Eso sí, cogiéndose de hombres trascendentes, de guatemaltecos que han dejado huella. Es ese un grave problema del periodismo de opinión, cualquiera crea un escándalo para llamar la atención, luego, se revuelca y al día siguiente escribe su parte dos. Mucho de onanismo hay en eso.

Por otro lado, sugiero a Gereda que lea sobre historia de la literatura para que se entere qué es un “poeta maldito”. Hay que conocer el peso de las piedras que se lanzan. Y el que Arjona haya respondido a sus críticos me parece una actitud valiente. De una estrella se espera que sea muda y tonta ¿Por qué tendría él que ser igual?

Finalmente, supongo que Gaby Moreno se habrá sentido incómoda de recibir aplausos de la misma persona que maldice a Ricardo. Encima, Gereda la elogia con una cursilería decimonónica: “Su tierna timidez habla de un alma limpia”. Es desagradable que le atribuya una pureza estilo Mujercitas a una cantante profesional, y que la siente en un trono para que presencie la matazón del circo.

sábado, 3 de marzo de 2012

Las ideas drogadictas/

De locos, vésperos, Shakespeare, ratas y un poco de buen y mal humor en torno a la despenalización de drogas en Guatemala.


JUAN CARLOS LEMUS


En Guatemala, hará 15 años, hubo un grupo de escritores que buscaba la creatividad por medio del consumo de drogas. Se reunían para inspirarse, se metían cosas por la nariz y hablaban muchas estupideces. De hecho, se filmaron y publicaron en tales condiciones para exhibir genialidad. Querían ser los infantes terribles de una Guatemala genuinamente terrible. Afrancesados y medianamente beatnik, quedan por ahí sus libros llenos de sapos y hazañas voluptuosas.

Admiraban a una especie de gurú de sangre italiana que supo encantarlos. Tanto lo siguieron que, hasta la fecha, algunos todavía gesticulan y hablan como él, con la afectación de un rostro desdeñoso. Mientras que el gurú va dejando huella, ellos siguen perfeccionando la pose. Algunos seres, esclavos por naturaleza, buscan un amo. Entre los artistas sucede con frecuencia.

Drogas y literatura son un experimento de hace siglos, aunque no todos pueden vadear en tales aguas. O se es un genio, o se es un nene encantado por musas rojas y vésperos alucinantes. Es posible que Shakespeare fuera drogadicto y homosexual. Otros, como Truman Capote, no dejan lugar a dudas; su frase más famosa es aquella de: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”.

Las drogas nacen legales —o al menos, no penalizadas—. A principios del siglo XIX en Inglaterra, por ejemplo, era normal inhalar óxido nitroso en los teatros. Era el llamado gas de la risa que devino en anestesia. Con el tiempo, esos y otros narcóticos fueron prohibidos porque tenían funestas y diversas consecuencias. Tan diversas que mientras el pacífico hippie habla de paz y amor, el adicto a fuertes peyotes sufre esclavizado a los pies del pusher.

Por estos días, cuando Otto Pérez y Roxana Baldetti se empeñan en debatir sobre la despenalización en Centroamérica, hay en las calles más hambre de seguridad que de campaña con características holandesas. Nuestro país es pobre, inseguro y violento. Antes de vagar por la región con ideas que desde ya celebran los futuros empresarios de la coca, urge aplacar el hambre. Intelectuales progres ya hacen números y chupan su lápiz. Pero Portugal y Holanda despenalizaron porque tienen una poderosa infraestructura de rehabilitación, en tanto que Guatemala ni siquiera ha podido alfabetizar.

La propuesta es semejante a pintar la fachada de una casona que adentro tiene maleza, el techo podrido y meados de rata. Afuera están Pérez y Baldetti, pintura en mano, diciendo al mundo: “Pintemos, así se van las ratas”. Lo ridículo es que ya saben que Estados Unidos —ese gran pusher de la economía— no les da permiso. Aún así, aparentando insurrección, pero, en realidad, justificando de antemano que se fortalecerá el narcotráfico en los próximos cuatro años, hacen una gira por Centroamérica. El primero en responderles fue Panamá: “Por nuestra parte, honorable señora, váyanse ustedes por un tubo”.

Ah, pero, de todas maneras, quieren proponerlo en la cumbre de Cartagena. ¿Es que esta gente no sabe que el país está harto de falsedad, y que es tan pobre que hay asesinatos por robo de celulares, tan pobre que hasta sus intelectuales fingen problemas de adicción para darse tupé de incomprendidos?

martes, 28 de febrero de 2012

Don Héctor Gaitán/ historiador, escritor, antiimperialista, dueño de un loro y de fantasmas

JUAN CARLOS LEMUS


Héctor Gaitán tuvo un loro que hoy (11 de febrero del 2012) cumple nueve días de estar triste. Se llama Lucas Gaitán. Está deprimido y con razón. Vivió 30 años junto a su amo. “Qué tal vos”, le decía don Héctor cuando pasaba junto a él, en el patio, y Lucas respondía “Qué tal vos”.

Aquel hombre corpulento, moreno, de anteojos estilo años 1960, de joven bailó bastante mambo. Llegó exiliado a México en el 65. Vendió platería. Quiso hacerse torero. Se inscribió en la escuela taurina cuando tenía algo más de 20 años, pero comenzó a desarrollar una gordura desfavorable para arquearse ante los toros y tuvo que abandonar. Mantuvo, eso sí, la afición y algo de la jerga toda su vida, tanto que dos días antes de morir vio por televisión una corrida y uno antes dijo a Juan Pablo, su hijo: “Hoy sí, me dieron una cornada”. Murió a los 72, de cáncer en el intestino.

En diciembre pasado lo había recibido en el San Juan de Dios el doctor Puente, quien lo cuidó con la devoción que pone un celoso restaurador del patrimonio nacional. Se hizo lo que se pudo hasta que, finalmente, hoy hace nueve días lo reclamaron los aparecidos.

Algunos lo recordarán como a una persona seria. En realidad, era calculador, en exceso prudente y un poco tímido. Mas cuando tomaba confianza, carcajeaba con retumbo. Era una risa galana, sabrosa, con caja de resonancia entre la papada y el pecho. Al instante volvía a su seriedad habitual. Su voz procedía de un barranco tenor. Adentro de él hicieron nido los espantos. Entre todos pesaban 300 libras. En un templo budista oí decir que Buda era gordo porque se había comido los problemas del mundo. Héctor Gaitán se comió a los fantasmas del siglo XX. Los arrojaba con todo y alma en cada historia. Pero después de ser narrados, ellos volvían a metérsele porque adentro se sabían guarecidos. El Sombrerón, la Llorona, el Cadejo, la Siguanaba y los descabezados se le tambaleaban en el vientre, en una balsa, cuando caminaba bamboleándose, bastón en mano.

Cualquiera podría contar historias de ultratumba, pero don Héctor lo hacía con singular textura en la voz, con paladar popular, otorgando una perspectiva antropológica más que una historia, y un registro del folclor mestizo más que un escalofrío. Sus 28 libros, que tuvo el buen tino de apoyar siempre Jesús Chico, están cifrados en un lenguaje sencillo, sin pedantería ni cochambre, todo un estilo Gaitán.

Amante de los boleros, degustador del revolcado, las tiras y deliciosos atoles, tuvo buenos amigos, entre ellos, el cómico Capulina, el ovacionado torero Cordobés, Manuel Colom Argueta y José Ernesto Monzón. Cuando digo amigos, no digo conocidos de paso, sino grandes cuates, entrañables, como también lo fue toda su vida el cómico Rafael Hernández, Velorio.

Transmigrará en espanto. Lo veremos con su calvicie mesurada, su bastón y figura cónica caminando por su barrio, la Recolección. Se aparecerá frente a su casa, esa de amarillo descascarado que tiene afuera un hueledenoche y un limonar.

“Qué tal vos”, le digo a Lucas Gaitán, esperando que me responda como a don Héctor, pero el loro baboso me da la espalda y ronronea cual gato, juro que mirando hacia el altar donde está una foto de su difunto amo.